«Amigo» (cuento)
Nací en el bosque. Mi aspecto no era el más favorecedor que digamos, apenas un cachorrito mestizo de un color indefinido, con algunos pelos más pardos aquí, otros más negros por allá, algo peludo, nada atractivo. Nuestra madre nos alimentó lo que pudo y sobrevivimos no sé si los más aptos o más desgraciados. Para los otros la vida consistió en un poco de leche, calor de hermanos , frío de noche… hasta que ese frío invadió todo su cuerpo, dejando que el alma se escapara ligera, ligera, hacia esa dimensión donde -dicen- todo es más claro y luminoso.
Para nosotros siguió la vida, los días, la luz, la oscuridad, el esconderse y evitar peleas con otros perros que también se amparaban en ese lugar, pero que en determinados días bajaban a las colonias cercanas, en busca de comida escondida en bolsas que a veces eran difíciles de romper. Mi cuerpo cambió, si no era bonito de cachorro, menos lo fui conforme crecí y seguí a mi madre, junto con otro de mis hermanos, hasta que finalmente ella siguió su camino.
Los días consistían en ir y volver, a veces con hambre, cansancio y sed, otras con más suerte por haber conseguido algo comestible y vivir al amparo del bosque, que a veces podía ser protector y otras, casi devorarte.
Un día mi hermano y yo nos separamos. Él se unió a otros perros y se fue hacia la barranca. Yo era más débil y tranquilo, siempre me dijo que era demasiado confiado, un poco tonto. Yo anhelaba tener algo diferente, algo que veía en aquellos perros que paseaban con su gente. Deseaba un hogar.
Nunca me inculcaron creencia alguna, pero dentro de mi corazón sabía que si lo deseaba lo suficiente, podía lograrlo, a pesar de mi aspecto y de las escasas oportunidades que tenía para conseguirlo. Perro mestizo, ni negro ni café, con la cola torcida, pelo semilargo, creciendo en direcciones opuestas, ni siquiera contando con la gracia o desamparo de un cachorro.
Y sin embargo, me propuse tener un hogar, una familia.
Comencé a acercarme más a la gente que paseaba con sus perros, a veces me ignoraban, otras se asustaban por mi aspecto. Algunos perros me ladraban, otros me saludaban y de ahí no pasaba. Hasta que conocí a esos hermosos perros blancos, esponjados, como pequeños corderitos, luciendo siempre como ángeles caninos, pero con el humor de diablillos caprichosos. Y comencé a seguirlos, día con día, a pesar de sus ladridos y amenazas, sin importarme que al inicio la gente que salía con ellos me azuzaba para que me retirara de ahí.
Yo los seguía a distancia, fascinado por su presencia, hasta que un día dejaron de ladrarme. Llegábamos a la entrada de su casa y me regresaba a ese pequeño espacio en el bosque, siempre con el anhelo creciente de tener un hogar como ellos. Conocía sus horarios y nos encontrábamos en una esquina, el dueño fingiendo no mirarme y ellos fingiendo ladrarme amenazas. No importaba porque decidí que serían mi familia, aunque fuera a la distancia y aunque poco a poco dejé de ir hacia el bosque y a quedarme afuera de su casa.
Fue tanta mi insistencia que al poco tiempo me dejaban algo de comida. Y respetuosamente, nunca entre a su casa, siempre quedándome en el exterior. Al pasar las semanas se dieron cuenta de que los cuidaba. Me sentía orgulloso porque era como su perro guardián. Algo que me hacía sentir feliz. Pero el mejor momento fue cuando me dejaron entrar a la casa y, finalmente, formé parte de esa familia… para siempre.
Hoy soy uno más de ellos. No pasaré nunca más hambre, ni tendré que protegerme de otros perros o de gente ociosa que maltrata. Ya no tendré que esconderme en el bosque, con el cuerpo arrebujado y la cola curva tratando de cubrir mi rostro. Soy mestizo, nada agraciado, con una cola torcida y un color indefinido. Tengo una placa y un collar con el mejor de los nombres. Tengo una familia que, si bien no es perfecta y tiene cosas que ante los hombres pueden ser un tanto cuestionables, los quiero como nada en el mundo y defendería con mi vida la suya.
Nuevamente pasaré otra Navidad con ellos, deseando que otros también puedan vivir como yo, que puedan conseguirse un hogar a pesar de tener todo en contra. Y convertirse en más que un perro, un verdadero Amigo (ese es mi nombre), sin importar que sea un hogar pequeño, humilde u ostentoso, pero nunca alejado en un bosque, en la calle, en una azotea o encadenado en un jardín, sino ese amigo con el que quieres estar siempre y que de callada manera te corresponderá incluso más allá de su vida.
Mayra Cabrera© Derechos Reservados
ES MUY BONITO GRACIAS POR COMPARTIRLO
¡Gracias, Berthy! Un abrazo