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En la víspera de la eternidad

30 diciembre, 2023

Algunas estrellas todavía tachonaban el cielo, que en esas latitudes permanecía límpido y sereno. Los turistas y locales habían partido, llevándose su bullicio, su basura y su extraña energía. Al fondo, la luz del sol se resistía a perderse entre las sombras que ya amenazaban con devorar al astro eterno. El perro permaneció echado, en la quietud de esa noche que se avecinaba, sereno, contemplando esas moles de piedra que habían visto ir y venir a distintas personas, distintas lenguas, con intenciones varias.

Para el perro, la vida no había cambiado en milenios. Si bien algunos acudían al lado de algunas personas, incluso regordetes y portando vestidos, camisetas, hasta gafas y sombreros, iban atados y con un collar que parecía reforzar la esclavitud a la que pertenecían. No eran perros agradables, ya que solían mostrar una enorme condescendencia hacia sus amos y gran desconfianza hacia perros extraños. Con todo, los entendía, porque su olor denotaba seguridad, hogar, comida.

¿Habría deseado algo similar para él? Suponía que sí, pero prefería andar suelto, libre de ataduras y atavismos humanos, recorriendo las pirámides que hablaban de otros mundos, de otros seres, de otros tiempos. A veces la comida escaseaba, pero otras, podía haberla en cantidad suficiente. Ninguno de esos otros perros (incluyendo a sus amos), contemplaría jamás un cielo tan claro, sentiría esa energía casi sobrecogedora de ese espacio milenario.

El perro contempló cómo el sol por fin moría en el horizonte. En su perruna y humilde manera, sintió el fin de un ciclo, de un volver a empezar de estaciones, sol intenso, lluvias, frío, ventiscas, pero también de tiempos buenos y nuevos atardeceres. Disfrutó entonces, en soledad, esa Nochevieja que ya se asomaba y, que al igual que otros años, sería efímera, para renacer de nuevo, en otro año lleno de promesas y retos.

Apoyó el perro la cabeza entre las patas, sintiendo las estrellas refulgir distantes y heladas, a lo lejos. Sintió esa extraña energía de las antiguas piedras, sintió cómo otros callejeros, como él lo rodeaban. Algunos eran reales, otros no. Pero todos se habían dado cita para traspasar ese umbral que divide lo divino de lo mundano… Del Año Nuevo acercándose. Suspiró levantando el polvillo del suelo, y durmió.

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  1. Anónimo permalink
    31 diciembre, 2023 10:19

    Muy bonito; triste por la pérdida de otro perrito, pero consolador de volver a verse rodeado de otros más que pasaron esa ventura al final.

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