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Filippa (2016-2024)

9 marzo, 2024

Hace casi ocho años, llegó Filippa a nuestras vidas. Apenas y había pasado un mes desde que Phoebe había partido, cuando mi veterinario de cabecera, Alberto, me preguntó si no quería otra basset hound. Esto me había desconcertado, porque todavía estaba triste y molesta debido a que Phoebe había fallecido debido a una negligencia médica por parte de otro veterinario (esto lo narro en el post que escribí sobre Phoebe, mi bassetita bicolor) y le había pedido a Alberto su opinión experta. Así que junto con su diagnóstico me dijo que recientemente le habían llevado a una basset que deambulaba, enferma y en malas condiciones, al otro lado de la ciudad.

Fui con Ale, mi pequeña que entonces tenía ocho años, a conocer a esa basset. El entonces ayudante de Alberto llevó a la pobre perra a la entrada del consultorio y caminó despacio, con el desparpajo típico de los bassets, pero todavía convaleciente. Me dijo Alejandro que Cindy ya estaba mucho mejor, que los baños medicados le habían servido de mucho y estaba en franca recuperación. Al mirarla noté que le faltaba pelo en los últimos diez centímetros de su cola, así como en las patas (que además estaban enrojecidas y un poco hinchadas), además de estar baja de peso. Al ver mi cara aclaró que había llegado en pésimas condiciones y no quise ni imaginar su estado. Una buena samaritana, la había encontrado abandonada y en tan precario estado y la había llevado de inmediato con Alberto. Le pregunté a Ale si estaba bien que la adoptáramos, y por supuesto que la respuesta fue un rotundo sí.

Le pregunté a Alejandro que por qué la había bautizado como «Cindy» y se rió: no tenía dientes frontales (era un chiste, un juego de palabras: Cindy = sindientes). Esto me horrorizó, pero Alberto me dijo que de acuerdo a sus observaciones, no creía que fuera por maltrato, sino quizá por mordisquear cosas durísimas (¿quizá piedras?). Así que le faltaban los dientes frontales y los colmillos inferiores parecían seccionados, pero conservaba enteros los colmillos superiores y el resto de la dentadura. A pesar de su estado, no actuaba como un perro maltratado. Era desde entonces bonachona y cuando se tiró panza arriba, noté otro detalle: una de sus patas delanteras estaba algo torcida, lo que hacía que cojeara un poco. Cuando Alberto se desocupó de una consulta, salió y le pregunté si «Cindy» podría tener problemas posteriores a causa de ese defecto. Me dijo que no, pero en tono un poco serio señaló que en caso de que me arrepintiera de adoptarla, se la llevara de inmediato.

Por supuesto, eso jamás ocurrió.

Filippa-Jacinta-Vaca-Basset-Tercera

Pocos días después, Filippa (¡no iba a dejarle el nombre de Cindy!) formó parte de nuestra siempre creciente familia perruna. Todavía tuve que llevarla a que le dieran baños medicados para curar por completo su problema de piel. Ya pintaba canas y Alberto había estimado que tendría cerca de 10 años. Yo fui más optimista y le calculé menos, unos siete u ocho (el maltrato, avejenta). Como todos los perros que han llegado a casa, Filippa resultó ser una cajita de sorpresas. Parafraseando un texto que leí alguna vez, puedo ahora afirmar y confirmar que uno no adopta a uno, sino a tres perros: el perro que fue (antes de conocernos), el perro que en realidad es, y el perro en que se convertirá como resultado de vivir con uno (en nuestra familia).

Aunque el parecido con mi querida Frannie (a quien le dediqué varios posts) era bastante, Filippa era mucho más bonachona y nada seria. Como todo perro que ha vivido en situación de calle, siempre tenía hambre y sabía muy bien cómo cometer sus fechorías. En alguna ocasión horneé unos panquecitos y los dejé sobre una superficie alta para que se enfriaran. Filippa estiró lo más que pudo su largo cuerpo… y se los zampó, siempre poniendo cara inocente. En otra ocasión que salimos de casa, al regresar descubrimos que Filippa había jugado a la piñata con el enorme bote de basura de la cocina: aunque ahí solo había basura para reciclar, también volcó el contenedor y rompió todo en pedacitos pequeños.

Sus incursiones para beber agua fresca, también merecen mención honorífica. Cuando no iba (muy discretamente) al baño a beber agua del excusado, muy oronda, levantando con la nariz la tapa, apoyando las patas delanteras en los bordes y hundiendo la cabeza, subía a la terraza a beber agua del hábitat de nuestras tortugas (yo siempre he hecho voces para mis perros y la de Filippa era un poco gangosa y dicharachera: «estoy bebiendo caldito de tortugas», decía).

Ale la había bautizado con un nombre larguísimo que más o menos iba así: «Shinta-Filippa-Jacinta-Vaca-Basset-Filipanda-Papanda-Copando-Tercera». Conforme engordó -yo digo que en parte de puro amor, no echemos la culpa a los bocados que siempre les doy a la hora que comemos-, añadí otro apodo: Filipótamo, que derivó en Pótamo, y cuando se ponía pesada con los demás perros, era «Filipótamo-Rex» (yo y mis locuras, ustedes disculpen).

Filipótamo

En esos años Filippa se subía a los sofás con total tranquilidad, así como andaba arriba y abajo por las escaleras hasta llegar a la terraza. Todavía conoció a mi adorado Frodo, quien trascendió poco tiempo después de que Filippa llegara. Formó parte de la segunda generación de perros, junto con Félix (nuestro beagle/basset), el negrito Figo, Fifí, Fiona… ¿Saben? Ahora que recuerdo esos años, en realidad se pasaron muy rápido, como ocurre con todos los buenos momentos, que suelen ser los más cotidianos y que entonces no les damos importancia. Existe un tiempo en que nuestros perros parecen eternos y que así se quedarán por siempre.

Pero la realidad es otra.

Yo me preocupé -de forma innecesaria- por su patita chueca (decíamos que Filippa era tan moderna que no usaba un iPhone, tampoco un iPad, sino su «iPata»), que realmente no le dio problemas. Los problemas arribaron sutilmente con el paso de los años. Comenzó con un problema del corazón, y se le medicó. Después con acumulación de líquidos, y se le dieron diuréticos. Gradualmente dejó de subir las escaleras y en dado momento, solo se quedaba en la planta baja. Filippa no tenía un ladrido tan estruendoso como Frannie, pero sí era lastimero y acompasado, Au… Au… Au. Este se convirtió en su forma de pedirnos que la sacáramos al baño, al pequeño jardín. No había dejado la imprudencia de lado, porque fingía demencia y le gustaba ir hasta el jardín de al lado, el del vecino (por fortuna esa casa había estado deshabitada desde hacía muchos años).

Filippa siempre disfrutó enormemente los paseos, así que siempre quería salir. No importa que lloviera o que fuera una imprudente al cruzar la calle (más de una vez tuve que darle un jalón para impedir que se lanzara hacia los coches), mientras parecía decir con su voz inventada «no pasa nada… los coches siempre se paran». Como buena basset, tenía la trufa pegada al suelo, o a aquella marca dejada por otro perro. Siempre tenía que detenerse mil veces durante al menos un minuto, por lo que opté por llevar audífonos y escuchar algo en mi celular mientras ella daba su paseo a su modo.

Y claro, estaban los siempre bien recibidos y esperados fines de semana: como he comentado en otros posts, los fines de semana no salen de paseo mis perros, pero en compensación les damos un almuerzo especial. Filippa era la primera en formarse, incluso cuando ya comenzaban a fallarle las patas traseras. Desde hacía como un año esto comenzaba a preocuparme, porque estaba perdiendo masa muscular en los muslos y cada vez tropezaba un poco más en la calle. Sin embargo, nunca se quedó echada sin poder caminar; podrían irse de lado las patas traseras, pero se levantaba y continuaba, así por cerca de media hora.

Sin duda, era una basset despreocupada y feliz, matriarca líder de esta generación canina en mi hogar.

Filippa se va

Como ocurre a algunos bassets con la edad, Filippa se hizo un poco cascarrabias, sobre todo con los perros más jóvenes. Incluso «discutía» con Ale, que ya era adolescente («cállate, chamaca grosera», decía Filippa; «Cállate tú primero, Vaca», le respondía aquella y se convertía en un diálogo gracioso). Pero su mundo comenzó a modificarse y nos preparamos para esos cambios: como ya no podía subirse a los sofás, Raúl le construyó escaleras; cuando las escaleras le resultaron peligrosas, Raúl le construyó una rampa con cintas antiderrapantes sobre la superficie. Pero un par de semanas atrás, tampoco quiso ya utilizar su rampa, porque se resbalaba y ya no veía bien. Desde un par de años atrás la instalamos por las noches (junto con Fifí para que la acompañara), en la cocina que da al pequeño patio de servicio para que tuviera acceso al baño.

Debido a que ya había comenzado a mostrar signos de potencial dilatación gástrica, aunado al efecto de los diuréticos, teníamos que controlarle mucho la ingesta de agua. Desde hacía tiempo orinaba en la cocina, así que colocamos una jerga absorbente. Todo lo fuimos resolviendo, conforme se iba presentando, sobre todo que desde hacía meses había que sacarla con regularidad al baño al jardín, incluso en la madrugada. Además optamos por darle suplementos para las articulaciones o vitaminas, así como comida húmeda para que mantuviera su apetito. Pero todo este vaivén choca con la realidad: los años cobran factura y el tiempo hace lo suyo.

Filippa orinaba demasiado y comenzó a curvarse su lomo, al tiempo que bajó de peso. De llegar a estar rozagante, y por muy bien que comiera, se estaba consumiendo. Esto al punto que hace unos días finalmente colapsó, y no fue en un paseo. Despertó el lunes 4 de marzo a eso de las 3 am y Raúl bajó hasta dos veces. Yo me levanté las dos siguiente a sacarla, y tuve un estremecimiento cuando, la segunda vez ya no orinó, sino que oteó el anochecer con mirada triste, con los ojos apuntando hacia arriba. Yo tenía mucho sueño y ya estaba harta, así que al meterla la regañé y la llevé a su cama. Más tarde me arrepentí mucho, porque no había notado que en realidad se sentía mal porque tenía dificultades para respirar. Esto no era obvio, si acaso se notaba que el ladrido se escuchaba más ahogado. Me quedé con ella el resto de la noche y no podía tranquilizarse del todo.

Opté por darle su medicamento, pareció relajarse y cuando se hizo de mañana, hice cita con Alberto para que la atendiera. Antes de la cita fui a casa de mi hermana, que me había invitado a almorzar por mi cumpleaños, pero no estuve mucho tiempo porque Filippa me preocupaba y ya era hora de la cita. Cuando llegué, noté que el medicamento no le había hecho efecto y respiraba con cierta dificultad. Corrimos al consultorio y, mientras esperaba a Alberto, Filippa estaba casi desmayada en mis brazos. Resultó ser un edema pulmonar en ambos pulmones. La medicó y me dijo que era urgente que se quedara y, con un nudo en la garganta, la dejé con él.

Al día siguiente el pronóstico era ambiguo. Si bien había podido despejar sus pulmones, la probabilidad de que se presentara el mismo problema era elevada. Pero eso no era lo peor: sus riñones habían dejado de funcionar y esto tenía un terrible efecto cascada en su salud, comenzando por el corazón. Me resistía a creerlo porque estuvo muy bien el fin de semana, festejamos mi cumpleaños, Filippa incluso se había tirado panza arriba y de repente daba sus saltitos característicos de cuando estaba muy contenta. Incluso la noche del colapso, había cenado muy bien. Pero así son los perros, resisten mucho, muchísimo, casi sin dar señales de agonía, hasta que ya es irreversible.

Alberto me dio el terrible diagnóstico: lo mejor era dormirla. Al escuchar eso el alma se me fue al suelo. Mi pobre Pipa -otro de sus apodos cariñosos- estaba partiendo. No tenía mucha claridad en cuanto a qué hacer, hasta que mi querida amiga Ana Bertha dio en el clavo (y es algo que debo incluir en mi artículo de Cuidado de animales en etapa terminal) y me aconsejó al respecto. Me sugirió que la llevara a casa y que me llevara medicamento, tanto para sedarla (si ocurría una emergencia nocturna, en lo que podía contactar a Alberto), como para tratar otra posible crisis por el edema pulmonar. Así lo hice y Alberto me dio dos jeringas en caso de necesitarlo, así como instrucciones cuidadosas.

En cuanto se terminó el suero con el tratamiento vía endovenosa, fui por ella y la cargué para llevármela a casa. Raúl ya me esperaba y la cargó hasta su cama. Contrario a lo que Alberto había previsto, Filippa no corrió a beber agua… tampoco aceptó comida (ni siquiera un bocado de alimento para bebé, que tanto le gustaba). Solo permaneció acostada, respirando despacio, mientras los tres la rodeábamos y acariciábamos. Raúl le dedicó palabras hermosas de agradecimiento y de consuelo, algo que yo no podía hacer porque me ganaban las lágrimas.

Mi Pipa, Filippa, Filipótamo-Rex, partió durante la madrugada, mientras estaba dormida en su cama. Desperté súbitamente a eso de las 2 am y supe que ya se había ido. No quise bajar a verla, porque sabía que lloraría muchísimo y no podría volver a la cama después de tan triste noticia. Todavía le había dado un poco de agua con una jeringa, porque me dolía pensar que ya no podía beber. No duró una semana, como Alberto calculó de forma optimista, sino que más bien parecía que Pipa había esperado a regresar a casa, con su familia, para partir en paz. Fue una gran decisión (gracias, querida Ana), sobre todo porque no hubo necesidad de eutanasia.

A eso de las 5:30, hora en que solemos levantarnos, bajamos Raúl y yo a verla. Me dijo que ya no respiraba más. La acomodó y cerró con cuidado su boca. Filippa parecía dormida y entonces caí en cuenta que ya no ladraría más pidiendo salir al baño, ni habría que lavar todos los días la jerga porque hubiera hecho pipí en la noche, ni teníamos que limpiar babas y agua porque cuando bebía mucho líquido lo vomitaba… ni habría más Filippa.

Los arreglos del crematorio fueron rápidos y puntuales. Todos pudimos despedirnos de ella y sé que a mis demás perros les afectó en grados diferentes. La energía y las jerarquías se movieron y todavía se están ajustando. Vinieron por ella antes de mediodía y hoy regresó con nosotros. No, jamás me pasó por la cabeza regresar a esa basset enferma, sin dientes, imprudente y necia, pero graciosísima y tan basset. Me puso muy triste su ausencia. Son ocho años y ella ya estaba en su tiempo extra. Dentro del duelo, agradezco enormemente a Dios que Pipa partió estando con su familia, el tiempo que estuvo a nuestro lado y como le dijo Raúl: «corre ahora todo lo que puedas y quieras, ya no te duele nada». Fue todo muy rápido, en apenas un par de días, pero fue muy pacífico, amoroso y respetuoso.

Mi perra fue más que una perra: fue la matriarca de la manada, fue una gran amiga y un miembro más de mi familia que, como bien dijo Stich «es chiquita y rota», pero buena. Por diversas circunstancias que no vienen a colación así ha sido, así que nuestros amados animales son especialmente importantes y siempre nos pesa mucho cuando alguno de ellos parte.

Gracias queridos amigos por leerme. Gracias, mi hermosa Orejona traviesa: ya sabes que nos volveremos a ver más adelante…

Mayra Cabrera, Derechos reservados

Negra (cuento)

1 marzo, 2024

Negra es negra. Apenas un esbozo de pelillos blancos que le recorren el puente de la nariz, para deslizarse tímidamente alrededor de la trufa y abrirse paso como cascada blanquísima hacia su cuello y pecho. Negra nació en la calle (o al menos es hasta donde llegan sus recuerdos más lejanos) y sabe muy bien cómo andar en ella. Negra anda por las banquetas con patas ágiles y largas, también salpicadas de blanco, en donde una cicatriz fea queda casi oculta por una mata de pelo arremolinado.

Negra tiene ojos pequeños y castaños, un poco juntos, que le dan un aspecto de osa. Cuando mira a la gente con atención, algunos notan lo bonita que es, pero a otros les da miedo ver a un perro negro y grande que quizá sea malo. Pero Negra es buena y simpática, que bien puede hacer amistad con el albañil que le lanza el migajón de su torta, o con aquella persona que pasea a sus perros atados y le dice «¡qué bonita eres!». Lo malo es que muchas veces esos perros no son amistosos y le ladran a Negra, haciéndola sentir pequeñita, a pesar de su tamaño. Cuando eso ocurre, Negra se aleja porque no le gusta buscar problemas. Pero en ocasiones es bien recibida y lanza lo mismo lengüetazos, que alegres saltos gimnásticos. Porque Negra es noble y agradecida.

Negra sabe que debe de cuidarse de los coches, de los camiones y de las motos. Sabe también que en la calle siempre, pero siempre hay comida, por eso anda de aquí para allá olisqueando cualquier trocito de pan o hueso de pollo dejado a la orilla del camino o incluso en las jardineras. Negra es muy lista, porque sabe encontrar muchos bocados donde otros perros ni siquiera buscan.

Negra no sabe lo que es un hogar porque nunca ha tenido uno, y por lo mismo, no lo añora. Ha aprendido a buscar refugio debajo de los coches, sobre todo cuando comienza a hacer mucho frío y algunos perros andariegos igual que ella, buscan problemas. Negra puede pasar desapercibida por la noche ante los ojos de las personas, pero no ante el olfato de otros perros. Cuando eso pasa, debe otear bien el aire, para saber si este o aquel es amigable, antes de acercarse. Negra es muy confiada si el olor es bueno, pero si no, su lomo se eriza y se retira.

Negra sabe lo que es el desprecio por su color y por su tamaño. En esos casos no vale la pena insistir en agradar o ser aceptada, sino bastarse con sus magros recursos. Negra ha conocido personas que le han lanzado piedras y la han golpeado con objetos, pero también a otras personas que le hablan por su nombre y le dejan comida compactada. Negra es agradecida y come esas raras figuritas duras y crocantes, porque siempre es mejor tener algo en la panza que recorrer calles y jardineras y encontrar un minúsculo huesito de pollo. Negra también sabe que cada vez que se encuentre un charco, un recipiente o llave goteando, debe aprovechar y beber agua, porque sabe bien que puede pasar mucho tiempo antes de encontrar más.

Negra es joven, ágil y elástica. Sabe subir con habilidad las escaleras que dan al zócalo y recorrer pasadizos estrechos de las múltiples subidas y bajadas del centro de la ciudad. Es un lugar donde se siente a sus anchas, pero como cada vez hay más competencia por los espacios y la comida, ha comenzado a desplazarse hacia otros rumbos, pasando por escuelas, casas y hasta avenidas. Es ahí donde tiene más cautela, porque sabe que la moto mata y el camión arrolla. Esto no ha pasado desapercibido por algunas personas que a veces la alimentan. Por eso se han puesto a buscarla porque saben que no es bueno que Negra esté en las calles. Negra es feliz siempre que las ve, porque además de comida le dan atención y cariño. Y ella les obsequia su mejor sonrisa de dientes blancos y perfectos, así como saltos de resorte. Dicen que Negra merece un buen hogar. Y esto seguramente es cierto, pero nunca le han preguntado si querría dejar la libertad de las calles y de poder ir a donde desee.

Una noche que fueron a buscarla donde solía guarecerse, no la encontraron. Porque Negra es negra es fácil ocultarse en la penumbra. Por más que le llamaron, no apareció. Negra las vio a lo lejos, pero no salió de su escondite porque sabe que por la noche hay gente que causa daño y oculta su crueldad bajo la ciudad dormida. Las personas desisten y se marchan. Negra sale y las mira partir, enderezando sus orejas que, a diferencia de otros perros, cambian mucho de posición según su estado de ánimo. Presiente que quizá se perdió de algo bueno, pero rápido lo olvida cuando ve a un gato escurrirse por entre unos arbustos y se lanza tras él.

Negra es Negra, la noche es joven y mañana será otro día.

© Mayra Cabrera, Derechos Reservados

En la víspera de la eternidad

30 diciembre, 2023

Algunas estrellas todavía tachonaban el cielo, que en esas latitudes permanecía límpido y sereno. Los turistas y locales habían partido, llevándose su bullicio, su basura y su extraña energía. Al fondo, la luz del sol se resistía a perderse entre las sombras que ya amenazaban con devorar al astro eterno. El perro permaneció echado, en la quietud de esa noche que se avecinaba, sereno, contemplando esas moles de piedra que habían visto ir y venir a distintas personas, distintas lenguas, con intenciones varias.

Para el perro, la vida no había cambiado en milenios. Si bien algunos acudían al lado de algunas personas, incluso regordetes y portando vestidos, camisetas, hasta gafas y sombreros, iban atados y con un collar que parecía reforzar la esclavitud a la que pertenecían. No eran perros agradables, ya que solían mostrar una enorme condescendencia hacia sus amos y gran desconfianza hacia perros extraños. Con todo, los entendía, porque su olor denotaba seguridad, hogar, comida.

¿Habría deseado algo similar para él? Suponía que sí, pero prefería andar suelto, libre de ataduras y atavismos humanos, recorriendo las pirámides que hablaban de otros mundos, de otros seres, de otros tiempos. A veces la comida escaseaba, pero otras, podía haberla en cantidad suficiente. Ninguno de esos otros perros (incluyendo a sus amos), contemplaría jamás un cielo tan claro, sentiría esa energía casi sobrecogedora de ese espacio milenario.

El perro contempló cómo el sol por fin moría en el horizonte. En su perruna y humilde manera, sintió el fin de un ciclo, de un volver a empezar de estaciones, sol intenso, lluvias, frío, ventiscas, pero también de tiempos buenos y nuevos atardeceres. Disfrutó entonces, en soledad, esa Nochevieja que ya se asomaba y, que al igual que otros años, sería efímera, para renacer de nuevo, en otro año lleno de promesas y retos.

Apoyó el perro la cabeza entre las patas, sintiendo las estrellas refulgir distantes y heladas, a lo lejos. Sintió esa extraña energía de las antiguas piedras, sintió cómo otros callejeros, como él lo rodeaban. Algunos eran reales, otros no. Pero todos se habían dado cita para traspasar ese umbral que divide lo divino de lo mundano… Del Año Nuevo acercándose. Suspiró levantando el polvillo del suelo, y durmió.

Muffin: historia de un conejito abandonado

14 agosto, 2023

El 26 de julio de este año, alguien de mi familia se encontró un par de conejos abandonados. El vigilante del conjunto de departamentos donde vive con su familia le preguntó si no serían suyos dos conejitos que andaban por el estacionamiento y que corrían el riesgo de ser arrollados (de hecho, se habían salvado por poco de serlo). Mi sobrina se dio cuenta del apuro de los dos animalitos y, como pudo, improvisó una trampa con una caja para capturarlos. Por fortuna funcionó y ambos fueron puestos a salvo y me hablaron para ver si podía hacerme cargo de ellos. Por supuesto que acepté y me los enviaron en taxi debidamente resguardados en una caja de cartón.

Lo que parecía ser una madre con su cría, resultó ser dos hermanitos, pero uno de ellos era más pequeño que otro. Me di cuenta de que eran de la misma edad porque al revisarlos, noté que además de ser machos, a ambos ya les habían descendido los testículos. Estaban hambrientos y los alimenté. Ya había arreglado el espacio donde estarían y más tarde los llevamos con mi veterinario de cabecera, para una revisión. En apariencia se notaban bien, aunque el más pequeño se notaba agitado. Parecía no haberse desarrollado muy bien, por su tamaño (parecían tener unos 3 o 4 meses de edad, pero ese pequeñito parecía más pequeño por su talla). Los llevamos a casa y mi hija nombró de inmediato a ese conejito Muffin, por su pelito dorado.

Eran conejitos muy dulces que se cuidaban y protegían entre sí, pero noté que no eran muy activos. Lo atribuí a que estaban nerviosos en un entorno totalmente nuevo. Rápidamente se llevaron muy bien con una de mis conejas, Topokki, que es muy afable y casi de los mismos colores del conejito mayor -que todavía no tenía nombre-, tipo calicó, como algunos gatos. Al día siguiente estuvieron contentos y activos, y solo había que esperar una semana para que se adaptaran y recuperaran peso (estaban algo delgados, en especial Muffin) para un tratamiento con desparasitante.

Sin embargo, al tercer día que subí por la mañana para atenderlos a ellos y a los demás animalitos pequeños que tenemos, noté que Muffin respiraba agitado y tosía un poco. No había habido corrientes de aire y tenían donde guarecerse, así que le envié un video a mi veterinario y me dijo que era posible que hubiese broncoaspirado al beber agua. Pero que si seguía así, se lo llevara por la tarde/noche o a la mañana siguiente.

Pero todo cambió en unas horas.

Cuando subí de nuevo a verlo, seguía agitado y decidí llevarlo a consulta. Mi hija había salido y comió fuera, así que le pedí a mi esposo que subiera a verlo… pero Muffin ya había muerto. Cuando mi hija llegó, yo lo sostenía en mis manos ¡era tan pequeño!, y me costaba mucho entender qué había pasado. Sé que pude haberlo llevado para que le realizaran una autopsia, pero ya no quise que manipularan más su cuerpecito. Lloramos las dos, sobre todo ella, que rápidamente se había encariñado con ambos, en especial con Muffin, un conejito muy dulce que se fue en un suspiro.

No compres conejos (y si compras o te dan uno, ¡averigua sus cuidados!)

Escribo todo esto no solo para recordar a este pequeño que solo estuvo un par de días con nosotros. Lo hago también para concientizar al respecto. Conejos, hámsters, cuyos, ratones, tortugas, peces y otros pequeños animales se venden por miles TODOS los días. Al menos en México es fácil encontrarlos en muchísimos negocios en donde venden accesorios, alimento para mascotas o medicamentos para animales.

Pero ¿sabes qué? Que más del 90 % de todos los animales pequeños mascota, muere.

Mueren por negligencia, por descuido, por «accidente» y por supuesto, por maltrato. Podría contarte muchas historias al respecto, incluso cercanas. Conozco a personas a las que les han regalado un conejo a sus hijos y no tienen mucha idea de qué come un conejo, de que cambian terriblemente en la adolescencia (sí, los animales sufren cambios hormonales… y todo lo que esto conlleva), que les dan «la parejita» y que tienen crías… y no saben qué hacer con ellas.

Conozco gente que les ha comprado hámsters a sus hijos… y «se le murió» de frío o de hambre. O se les extravió o se les cayó de las manos y el animalito se desnucó. Sé de personas que les compraron un cuyo bebé a sus hijos y que no tenían idea de qué comían ni de su hábitat.

¿Sabes qué es lo peor? Que no te hablo de gente ignorante. Son padres profesionistas: médicos, psicólogos, ingenieros… pero que ¡no se les ocurre ni remotamente investigar un poquito de qué cuidados o alimentación necesita el animalito! O si es apropiado al carácter o edad de su hijo. Vamos ¡que ellos como padres tendrán que hacerse cargo!

Y te hablo, repito, de profesionistas. ¿Qué puede pasar con alguien que tiene sus propios apuros financieros o de otra índole? Mucho menos se preocupará por el animalito, y si se muere, pues ni modo. Y esto aplica a cualquier persona, de cualquier estrato social o preparación académica. Eso siempre me deprime.

¿Una mascota desechable para tu hijo? Piénsalo bien

No lucres con una vida. Sí, es una vida pequeña, pero es una vida que no pidió venir a este mundo. Esos conejitos, Muffin y Toffee (el nombre que elegimos para el hermanito sobreviviente), seguramente «se le escaparon» a alguien. De seguro el padre o tutor del dueño de esos animalitos ya se había hartado del ruido, del olor (la orina del conejo macho, cuando descienden sus testículos, es muy fuerte y olorosa), de los cuidados, de que el niño ya no les ponía atención… O quién sabe. No se trata simplemente de elegir una mascota para su hijo.

Estaban sucios, su pelo descuidado -y no tanto por haber estado a la intemperie quién sabe si unas horas o más tiempo- que incluso denotaba mala alimentación (todavía tenían parte del pelo que tienen los gazapos de dos meses). Medio flacos, tímidos (se dejaban agarrar con demasiada facilidad, lo que denotaba una enorme sumisión), las uñas un poquito largas…

El caso es que nunca sabré si el pequeño Muffin fue arrebatado prematuramente de su madre -muy posiblemente sí- o si se resfrió antes de que lo atrapara mi sobrina y no desarrolló problemas hasta el segundo día que estuvo conmigo. Las personas que los crían de manera intensiva, no les importa su destino, es solo otra venta más. Si se mueren a manos de niños descuidados, no los cuidan, no los alimentan debidamente, no tienen un hábitat adecuado, no importa. Hay miles más que estarán a la venta.

Te lo dejo como reflexión: ¿vas a seguir comprando o adquiriendo o aceptando animales pequeños porque aparentemente son fáciles de cuidar o para satisfacer el capricho de tu hijo? Si no hubieran atrapado a Muffin y a su hermanito Toffee, habrían sido arrollados o atacados por gatos o perros -que si son callejeros, no tienen la culpa de sobrevivir como se pueda-. Esto me recordó mucho a la historia de Nina, la perrita que rescaté y tampoco pude salvar…

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Muffin ya no está, pero tampoco quise que su fugaz y pequeña vida careciera de sentido o significado. Deseo que lo tenga, mediante este post. Hasta siempre, pequeño. Lamento mucho no haber llegado a tiempo, pero al menos fuiste amado y cuidado. Aunque es ingenuo decirlo, deseo que no haya más conejitos abandonados como tú. No lo merecen.

© Mayra Cabrera, Derechos Reservados

Guardianes de la Galaxia 3: la cinta más animalista de Marvel

15 May, 2023

Desde que vi la primera parte de la saga en 2014, hace casi 10 años, me encantó. La experiencia de ir a una sala de cine no se compara a ninguna pantalla grande en casa, así que en esa ocasión se quedó grabado para siempre en mi ser esa primera desgarradora escena en donde Peter Quill escucha esa preciosa canción de coros casi sobrenaturales de 10CC «I’m not in love», como una manera de mitigar -un poquito- ese enorme dolor de estar a punto de perder a su madre. Y nuevamente arranca esta tercera entrega con otra entrada desgarradora de la infancia, pero ahora toca el turno a Rocket, en donde el tema «Creep» de Radiohead, es dolorosamente hermoso y perfecto…

Desde hace muchos años que soy fan de Marvel, desde mi adolescencia para ser más precisos, así que suelo estar al pendiente de las entregas que hay. Imposible ir al estreno, porque seguramente -ahora ya con el fin de la pandemia- estuvieron saturadas las salas, así que preferí aguantar una semana más, y debo decir que si la parte uno se convirtió en una de mis favoritas (también me gustó la segunda, no crean que no), la tercera me robó el alma. Para quienes somos no solo amantes de los cómics -y que sean bien llevados a la pantalla grande-, sino además nos gana la sensibilidad, bueno, hay que llevar suficientes pañuelos desechables para no terminar con la ropa bañada en lágrimas. Eso sí, cada escena desgarradora se precede o antecede de una buena dosis de acción y también de raudales de buen humor. Los guardianes nunca decepcionan en ningún sentido.

Guardianes de la Galaxia 3: entre la ficción y la cruel realidad

Aunque seguramente la mayoría que lee esto ya la vio (y si no es así, ¡qué esperan!), han dado un vistazo a la experimentación animal. En esto no hay mucha ficción, hay una desgarradora verdad: desde hace cientos de años, los animales han sido nuestras víctimas. Sí, gracias a ellos por generaciones nos hemos alimentado, hemos crecido como civilización utilizándolos como transporte, pero también para realizar diversos avances médicos, curas… y experimentos que no tienen razón de ser. Uno de ellos es el uso de beagles para mostrar la toxicidad de los compuestos del tabaco, en las compañías tabacaleras. Otro es en «mostrar» la inocuidad de los ingredientes de ciertos productos cosméticos.

Incluso tratándose de vacunas, medicamentos y más, se han realizado incontables experimentos. Algunos sí, funcionan, pero muchos otros no, por el simple motivo de que el modelo animal difícilmente puede replicar el comportamiento de un organismo humano. Así que, dicho en términos sencillos, muchas veces no vale la pena esa tortura, miedo y posterior sacrificio para que, a fin de cuentas, no nos sirva de mucho.

En Guardianes de la Galaxia 3 se toca el tema de la vivisección, una práctica horrenda. Aquí en mi blog he escrito sobre los bioterios, incluso en mi libro Relatos Caninos hablo sobre ellos en uno de mis cuentos. Se habla también de una forma profunda y conmovedora de cómo los animales de laboratorio viven en un continuo terror e incertidumbre en jaulas oscuras, sucias… y cómo a pesar de lo deprimente de su situación, pueden encontrar un rayo de esperanza, un cielo, una razón para vivir al acompañarse con otro en medio de sus penurias.

Animalismo en Marvel

Cuando escribí sobre Frannie, mi basset que sufrió maltrato al ser utilizada como pie de cría por ser de raza («¿Recuerdas, Frannie?«), y posteriormente cuando recurrí a Daniela Camino para realizar una comunicación con Fran, mencionaba sobre su sufrimiento y en cómo pudo sobrevivir al maltrato y precariedad porque era el soporte de otros animales que ahí estaban. Y también cómo su corazón se endureció, así como el de Rocket, cuando su compañero canino murió a causa de esa gente nefasta. Entendí mucho mejor esto al ver esta cinta, y en que ese endurecimiento es solo una coraza para protegerse de la maldad de otros. Frannie lo sabía, y eso me mostró, así como la redención y el perdón.

Y es que Guardianes de la Galaxia 3 también trata sobre la aceptación, sobre el perdón, sobre el amor y la fraternidad. Habla además de cómo podemos amar a otro de forma interespecies, es decir, que no necesariamente tiene que ser alguien de nuestra misma especie para protegerlo, amarlo y darle lo mejor que podemos. Y también que la familia no necesariamente es biológica, sino que uno mismo puede elegirla (y que eso está bien), además de que cada uno siempre encuentra su rol o su lugar para el cual está en este plano.

Sin duda, considero que Guardianes de la Galaxia 3 no solo es para quienes somos seguidores de esta saga o de Marvel, sino que está abierta a cualquiera que sepa distinguir, apreciar y entender, desde el corazón, la profundidad de estos temas. Porque también reímos, nos enojamos con quienes amamos, discutimos, señalamos sus errores, pero al final del día, somos una familia… sea de la especie que sean o seamos.

Finalmente, tengo que destacar esa poderosa escena (perdón por el spoiler) de rescate a los más pequeños y desamparados, no solo de niños, sino de pequeñas especies cuyas vidas pasan desapercibidas la gran mayoría de las veces. Pero que son preciosas y son valiosas… porque también son almas y tienen luz propia. Eso es poderoso y valioso en esta cinta. Hay que verla más de una vez y sentir empatía por los otros, dejando la indiferencia -que va de la mano de la crueldad- de lado. Y claro, actuar, no quedarnos con el «mensaje bonito», porque eso no ayuda a nadie.

«Relatos Caninos (y otros amigos animales)» Está disponible en Amazon dando click aquí.

Ojalá y la disfruten tanto como yo lo hice: gracias infinitas, James Gunn. Un abrazo y gracias también por esa reflexión sobre las «segundas oportunidades». (Ah, y el soudtrack es de lujo).

Mayra Cabrera, Derechos Reservados

«Relatos caninos (y otros amigos animales)»: libro

29 septiembre, 2022

Mi libro sobre este blog, «Relatos Caninos», finalmente está publicado. Queridos amigos animalistas, he recopilado los cuentos, relatos y algunos poemas en un libro que al fin está publicado. Es un pequeño libro sobre animales titulado como este blog, «Relatos caninos» y que está dedicado tanto a los animales protagonistas de esas historias, como a ustedes, lectores animalistas que me han seguido a través de los años.

En sus páginas encontrarán la mayor parte de mis historias sobre perros -y otros animales- que ya había publicado en este blog, pero han sido pulidas y en alguno que otro caso, reescritas para lograr un resultado mucho mejor.

Hay también una entrevista sobre mi libro por parte de la editorial que pueden ver aquí: https://www.youtube.com/watch?v=NOO2YNxCFmM

Mi mayor deseo es que las disfruten enormemente, pero a la vez, que se concienticen sobre la problemática animal. En cada historia -algunas ficticias, otras místicas, pero otras con crudeza y realismo- he tratado de plasmar el sufrimiento de un animal abandonado, de un animal que fue un obsequio en Navidades y después, fue desechado. Están aquellos que han terminado en antirrábicos, que sufren la miseria y el maltrato de sus propietarios, o sencillamente, la indiferencia de todos.

Pero también es importante volver la mirada hacia otros animales, que sin importar su tamaño, se han vuelto casi invisibles: desde los toros de lidia hasta los animales en circos. Y por supuesto, los animales «de consumo», quienes tienen una existencia espantosa incluso antes de su nacimiento y que solo termina, hasta que el último estertor termina… pero que casi nunca somos conscientes cuando miramos en el súper ese paquete impoluto y brillante de carne, que oculta todo su sufrimiento.

Y están, por supuesto, los animales utilizados en experimentación, que padecen y languidecen en diminutas jaulas, sin ver nunca la luz del sol, esperando el pinchazo, la inmovilización, el terror… hasta que también son descartables. Y de ahí podríamos hablar también de esas pequeñas especies que hemos «domesticado» o no -capricho y demanda de tener una especie poco común pero «bonita», sin importar que no sepamos nada de su hábitat y necesidades… Pero de eso, quedan pendientes cuentos por escribir sobre ratones, hámsters, entre otros pequeños animales.

Hay historias caninas de esperanza, cuentos de animales con candor e inocencia. En mis «Relatos Caninos» he tratado de incluir no solo a ellos, sino a sus coprotagonistas humanos. Porque no todos maltratan, ni abandonan, ni causan daño. El cuidado y el amor pueden provenir de personas que incluso no tienen hogar o nunca han ido a la escuela. Y todos ellos están también mencionados en estos relatos sobre perros y conejos, así como cerdos, gatos, grandes felinos…

Deseo entonces que me acompañen en esta aventura y disfruten enormemente de este, mi primer libro de cuentos sobre perros y cuentos sobre conejos. Está disponible para su venta en Amazon y en los enlaces que les he dejado en este post. Gracias queridos amigos por estar siempre presentes. Un abrazo enorme.

Los amados perros de la reina Isabel II

10 septiembre, 2022

Hace apenas un par de días, ocurrió lo inminente: la monarca más longeva de Reino Unido, Elizabeth Alexandra Mary Windsor, que reinó por 70 años, falleció. Este hito histórico marca el fin de una era en la cual la reina Isabel vivió y fue protagonista de hechos históricos como la Segunda Guerra Mundial. Ha habido innumerables series, películas, documentales, en torno a ella y a la Familia Real, y dentro de esta última, no podían faltar sus perros y sus caballos.

La reina Isabel II ascendió al trono muy joven y nunca lo esperó, porque en realidad a su tío le tocaba ser el rey. Al abdicar, fue su padre quien ascendió al trono, y al fallecer al poco tiempo, la responsabilidad recayó sobre ella. Fue una persona muy reservada, que tuvo que tratar con Winston Churchill (y muchos otros ministros más, Margaret Thatcher entre ellos), así como atravesar tiempos inciertos y violentos de la guerra que afectaron directamente a Inglaterra. Nunca dio lugar a escándalos personales, fue muy discreta e incluso era considerada una persona fría.

Antes de la coronación y aun cuando pertenecía a la realeza, era de todos sabido que amaba más el campo, donde adoraba estar con sus perros y caballos. Si su destino hubiera sido diferente, ella habría seguido así. Una mujer de gran carácter, apegada a la férrea tradición monárquica británica, en donde la familia ocupaba un plano secundario, considerada como una madre quizá hasta distante, no descuidó a su familia. Pero en cambio, su amor hacia sus animales destacó por encima de todas las cosas.

Canes muy amados

Al margen de la vida familiar y de varios hechos (y escándalos) que rodearon a la realeza, la reina siempre se mostró libre y feliz cuando estaba en el campo. O incluso en el palacio, rodeada de sus canes, que podían andar de aquí para allá y subirse a los muebles reales. No es de extrañarnos, ¿cuántos de nosotros nos hemos sentido más cómodos con nuestros animales que con nuestros pares?, ¿cuántos no hemos demostrado o sentido más cariño o afecto a aquellos e incluso nos cuesta más relacionarnos incluso con nuestra propia familia humana?

Los canes de la reina han gozado de especiales privilegios. Pero si lo pensamos bien, sencillamente han sido perros de casa y han sido amados, sin relegarlos en lo absoluto. De hecho, en el palacio de Buckingham, ellos tenían una habitación especial cercana a su dueña, por supuesto en camas especiales (cestas de mimbre elevadas), y podían pasear libremente por muchos lugares.

La reina tuvo especial cuidado con sus canes, y podía verse en pequeños detalles, como tener un imán especial para recoger los alfileres que se caían de su vestuario al momento de prepararla para algún evento, y así evitar que se lastimaran las patas. Por supuesto, proviniendo de una monarquía británica, era una persona aficionada a la caza y muchos de sus perros -también caballos- fueron usados para esta actividad. Sé que es criticable, pero esa es otra historia.

“Corgi, un perro real”

Este es el nombre de la cinta de animación china (título original en inglés “The Queen’s Corgi”), inspirado en los corgis de la reina y lanzado en 2019. Trata de Rex, un obsequio del príncipe Felipe a la reina, que por azares del destino, termina fuera del palacio y vive varias aventuras que lo cambian antes de poder regresar a su hogar.

Corgis y otros canes reales

Para prácticamente todo mundo son conocidos los corgis de la reina. Sin embargo, no han sido los únicos miembros caninos de la realeza británica. A través de las residencias y palacios, otros canes han recorrido y habitado ahí, y un ejemplo de ello proviene del ahora rey Carlos III, quien, junto con la reina consorte, Camila, adoptaron a dos terriers rescatados del famoso refugio de perros británico Battersea (el rey Carlos es mecenas de este albergue) y cuyos nombres son Bluebell y Beth.

Y no han sido los únicos, ya que el príncipe Guillermo y Kate también adoptaron a un cocker spaniel, Lupo, que vivió con ellos cerca de 10 años y que al momento de fallecer en 2011, compartieron en redes una sentida nota sobre su partida y cómo les había afectado. Asimismo, el príncipe Harry y Meghan también han adoptado perros, esta vez en Los Ángeles y cuyos nombres son Guy y Bogart, y posteriormente adoptaron un tercero, un labrador negro llamado Pula (que hace una pequeña aparición durante parte de la entrevista que concedieron a Oprah Winfrey).

Cementerio real de mascotas

Por supuesto, cuando un perro forma parte de la familia, ocupa un lugar especial incluso en su partida. Existe un cementerio para los perros de la familia real británica desde 1887, creado por la reina Victoria para honrar los restos de su collie de nombre Noble. Localizado en Norfolk, este espacio ha albergado a los canes de la realeza que han trascendido. Aunque no fue utilizado desde la partida de Noble, fue en 1958 que la reina Isabel volvió a instaurarlo como cementerio real de mascotas, primero con Candy, el labrador del príncipe Carlos, y al año siguiente con la pequeña Susan, a la cual se le unieron sus descendientes y otros canes más.

Susan es el nombre de la primera corgi de la reina Isabel, que le fue dada como regalo por su padre en su cumpleaños 18. En su epitafio se lee “the faithful companion of the Queen” (la fiel compañera de la reina). A ellos se les unieron labradores (Sandringham Slipper, Sandringham Brae “un caballero entre los canes”, de acuerdo con su epitafio), un cocker llamado Sandringham Fern “incansable trabajador de carácter travieso”.

El cementerio real está rodeado por un muro con placas conmemorativas en donde se describen las vidas de más mascotas reales. Sin embargo, alguien falta ahí, y es Monty, el corgi que acompañó a la reina, junto con James Bond, en esa histórica presentación de apertura para los Juegos Olímpicos de Londres 2012, ya que al fallecer a los 13 años de edad, prefirió que sus restos permanecieran en el castillo de Balmoral en Escocia… precisamente donde ella falleció.

¿Qué pasará con los canes de la reina Isabel?

Desde hacía varios años, ya avanzada en edad, la reina había decidido precisamente por lo mismo, no seguir criando a sus amados corgis. Este anuncio lo hizo después del fallecimiento de su querido amigo y entrenador de caballos Monty Roberts. Y es que esta es una cuestión a la que nos enfrentamos todos aquellos que tenemos mascotas: ¿qué pasará con ellas cuando partamos?, ¿habrá quien las cuide y quiera como nosotros? Al partir, se sabe que tenía varios canes, Muick y Sandy (corgis), un dorgi (cruza de corgi con dachshund, de nombre Candy… comentario aparte, fue la reina Isabel quien creó esta nueva raza), y dos cockers, uno de ellos es Lissy (que llegó también hace poco).

Por supuesto, lo más probable es que sus hijos se hagan cargo de ellos. Se dice que posiblemente sea el príncipe Andrés, porque fue él quien le dio a Muick y a Fergus tras la muerte de rey consorte, el príncipe Felipe. Por alguna razón Fergus lamentablemente falleció al poco tiempo y Andrés le dio a Sandy. En el cuidado diario intervenían desde su vestuarista y asistente Angela Kelly, hasta su asistente de confianza Paul Whybrew. Asimismo, como sus nietos también son amantes de los perros, no faltará quien se haga cargo de las mascotas reales.

A través de toda su vida, la reina Isabel II tuvo más de 30 corgis, así como perros de otras razas y también fue evidente su amor a los caballos. Ha sido una reina que ha levantado en ocasiones revuelo por decisiones que ha tomado, tanto en el plano diplomático, como político y familiar, por lo que representa la monarquía británica, o por escándalos de otros miembros de la realeza. Pero hay que reconocer que no solo salió adelante incólume, al menos en apariencia y fortaleza de carácter. Más allá del dinero, la monarquía o el poder, uno de los legados más valiosos que deja es, precisamente, ese brillo pícaro en sus ojos, ese amor inefable, al acariciar el rostro de alguno de sus canes. Y eso es algo digno de reconocerse y admirarse. Descanse en paz, la reina Isabel II y ojalá y en ese otro plano de existencia, toda esa jauría de canes amados esté a su lado, recorriendo la campiña inglesa. Que así sea.

Khamba, de «El niño que domó el viento»

11 May, 2020

No todos los perros son protagonistas principales de historias, como en «Red Dog» (cinta de la cual escribí un post) ese magnífico perro rojizo australiano que se robó el corazón de todos. Sin embargo, aunque tengan un papel más discreto, no por ello pasa desapercibida su enorme importancia, como ocurrió con Khamba.

William Kamkwamba y Khamba.

 

A principios de 2019, se estrenó la cinta británica «El niño que domó el viento» (The boy who harnessed the wind), basada en la historia real de William Kamkwamba, un humilde chico de 13 años quien vive en una aldea de Malaui, en África, junto con su familia (padres y dos hermanas, una mayor que él y otra que apenas es bebé). Son campesinos pobres, pero comida no falta y están esperanzados en que la cosecha de ese año sea buena, para poder pagar -entre otras cosas- la matrícula de la sencilla escuela a la que William acude.

El verdadero William Kamkwamba.

William (Maxwell Simba) es un chico muy inteligente, tenaz, ingenioso, quizá arrebatado, que vive en un lugar donde no hay electricidad ni agua potable, donde una de las más grandes posesiones de la familia es la bicicleta que tiene su papá (interpretado por Chiwetel Ejiofor, quien también protagonizó «12 años de esclavitud»), sus tierras y el pozo de agua, vive en la ingenuidad de su edad y circunstancias, un lugar donde se depende enteramente del clima y las cosechas, así como de las decisiones que se ven obligados a tomar los pobladores para subsistir: arriesgarse a sembrar o mejor vender sus tierras para con el dinero obtenido, vivir un poco más de tiempo sin zozobra.

Pero las tierras cedidas a empresas tabacaleras traen la desgracia para quienes optaron por conservar las tierras y sembrar: los árboles talados ya no podrán contener las lluvias que terminarán por anegar las tierras.

Khamba/Charity, una escena de «El niño que domó el viento».

Toda esta situación comienza a constreñir el cerco de pobreza y desesperación en el que están William y su familia, traduciéndose en privaciones: primero con la escuela, después con la decisión que toma su hermana mayor, y posteriormente con el hambre que envolverá a todos. Pero William, con sus contadísimos recursos, estudios e ingenio, devolverá la esperanza, no solo a su familia, sino a su pueblo.

(Hasta aquí con la semblanza de la película).

William Kamkwamba: el héroe de la cinta en Netflix

Esta película está basada en las memorias de William, quien posteriormente se iría a estudiar Ingeniería Eléctrica a Estados Unidos, publicaría el libro homónimo y con enorme sencillez daría charlas y conferencias al respecto.

Khamba y William, durante el rodaje.

Su historia es tan maravillosa que ha inspirado de muchas maneras, por ejemplo, es un referente para emprendedores, escuelas de negocios e innovación.donde analizan figuras de agile, liderazgo, resistencia al cambio, etc. Pero también está el lado tremendamente humano, la inocencia de William que es respaldada por Khamba, su perro.

Khamba: el otro protagonista de «The boy who harnessed the wind»

En el libro, se menciona que Khamba es un perro ordinario, cuyo dueño original es un tío de William, quien se lo cede. El niño explica que los perros en su localidad no son como en EU, considerados mascotas, sino son animales de trabajo. No obstante, logra un vínculo con él muy estrecho y duradero.

Es un perrito criollo, fiel como el que más, que lo acompaña a todos lados. Ya sea a la escuela, esperando por él incluso bajo la lluvia, sin rechistar ni quejarse, bajo el ardiente sol en la siembra, mientras William trata de hacer algo con los polvorientos y resecos terrones del lugar.

Khamba no entra a la casa, sino sabe su lugar. Y pacientemente aguarda a que el niño, por la noche, le comparta de su cena. En su libro, William comenta que al inicio no deseaba que sus amigos se enteraran de su lazo de amistad con el humilde perro, por lo ya señalado, incluso lo alejaba con regaños o le lanzaba piedras. (Pero admite que de nada servía, porque ni Khamba se iba y ellos tampoco le creían).

Habrá quizá quien piense que Khamba se quedaba ahí por esa comida que le daba. Pero no es así, porque conforme William y su familia pasan hambre (se ven obligados a solo comer una vez al día, una pequeña porción de tortitas hechas de maíz y algo de verdura), ya no puede alimentarlo más… su padre se lo prohíbe y podemos ver cómo empieza a adelgazarse más y más… Y sin embargo, todavía lo sigue en sus excursiones a buscar materiales al vertedero para construir el aerogenerador.

Estando ya cerca de lograrlo, ocurre lo inevitable con Khamba. Es una escena desgarradora, donde William llora sobre el inerte cuerpo enflaquecido de su querido amigo, tocando sus marcadas costillas, acariciando su pelo reseco. Marca ahí también su paso de niño a hombre, de forma simbólica, pero también el amor y el vínculo de amistad entre ambos. Y algo más, el deber que tenemos hacia nuestros animales cuando mueren representado en la tumba donde entierra a Khamba.

¿Quién interpretó a Khamba?

En la biografía de William, narra este suceso de forma más dolorosa. Describe que Khamba, a pesar de estar famélico, llegó un momento en que ya no fue capaz su pobre organismo de digerir alimento. Trató de alimentarlo sin lograrlo, porque vomitó y se la pasaba tirado, sin moverse, semidormido.

Charity y la otra perrita que interpretaron a Khamba.

Decide entonces atarlo a un árbol y dejar que muera (!). Sí, sé que esta parte suena terrible, pero tratemos de imaginar una situación desesperante de hambruna, enorme pobreza, casi en medio de la nada, sin recursos, ayuda, etc. Debió ser terrible una decisión así para un chico de su edad. Años después, cuando fue entrevistado y le comentaron al respecto (lo terrible de la muerte de Khamba), William asintió, pero dijo que él recordaba también los momentos felices que tuvo.

Ahora bien, ¿quién representó el papel de Khamba? No fue un perrito macho, sino una perrita de la LSPCA de Malaui, una asociación que busca construir un mejor lugar para los animales en África. Esta perrita, de nombre Charity, al igual que Borras de la cinta «Roma», fue por fortuna rescatada, pero en este caso, del comercio ilegal.

Para ello utilizaron también a otra perrita que estaba recién rescatada para las escenas de la hambruna, por eso se muestra emaciada. Esta asociación ofrece cuidado veterinario (su clínica está ubicada en Kanengo), campañas de vacunación, refugio, adopciones de perros y también se encarga de velar por los animales de granja (burros, cabras, gallinas). Y claro, es posible hacer donaciones y ayudar online en su página antes mencionada.

Durante el rodaje de «El niño que domó el viento».

Y una muy buena noticia fue que como comentó la LSPCA en FB al terminar de rodar la película, Charity fue adoptada por uno de los productores. (Eso llenó enormemente mi corazón).

«El niño que domó el viento» es una película conmovedora, que nos hace reflexionar desde cómo encontrar soluciones cuando todo es incierto y parece perdido, hasta el enorme valor del vínculo familiar, los valores, la amistad con otra especie. Está disponible en Netflix y vale muchísimo la pena verla.

Mayra Cabrera, Derechos Reservados

 

Figo, nuestro perrito negrito

22 abril, 2020

Fue en octubre de 2012 que Figo llegó a nuestras vidas. Era un dachshund (salchicha, para mejores señas) golondrino, pero las marcas color fuego eran apenas existentes (sutilmente marcadas en patas y trasero) y tenía un pequeño manchón de pelos blancos en el hombro. Tenía unos seis años de edad y había sido rescatado después de haber estado amarrado por muchos meses a un árbol, a la intemperie. Su dueño original lo había cuidado, junto a otros perros que también tenía, pero esta persona había enfermado y cuando su condición empeoró, se lo llevaron de ese poblado relativamente cercano a donde vivo, a la Ciudad de México, donde después de un tiempo falleció…

Figo, en la primera foto que me enviaron.

Sus perros quedaron a cuidado de los jardineros y empleados de la casa, sin que la familia de este señor decidiera hacerse cargo de ellos. Alguno se extravió, a otro se lo llevaron, pero este negrito vivaracho y de enorme brío, se quedó en la propiedad. Finalmente alguno de los cuidadores se lo llevó a su casa, pero como persiguió o dio cuenta de las gallinas, fue relegado al exterior, manteniéndolo amarrado día y noche, solo por ejercer el oficio para el cual existe esta raza: perseguir animales más pequeños.

En las últimas fechas, supongo que por su tozudez de poder zafarse y escapar de tan inútil, cruel y estúpido castigo, optaron por atarlo con un trozo de alambre… Por fortuna, su rescatista (Lilia Quiroz) llegó antes de un fatal desenlace y lo libró de una muerte lenta y terrible. Lo había anunciado por redes sociales y así me enteré de él. Su mirada era triste, pero algo me dijo -como siempre me ha pasado con mis perros- que había mucho más detrás de esos ojillos que parecían trocitos de obsidiana.

La llegada a casa

Acordamos de vernos en el estacionamiento de un centro comercial y me lo entregó, muy apenada, porque tenía que salir de la ciudad y no podía acompañarme a llevarlo al veterinario. Me mostró que cuando aquellas personas se lo cedieron, se dio cuenta de la enorme herida que tenía en el cuello: el alambre se le había encarnado, casi degollándolo. Nos despedimos y de inmediato lo llevé con mi veterinario de cabecera, quien al verlo, dijo que no podía llevarlo a casa, sino que tenía que retirar el tejido infectado y quedarse unos días con él hasta que sanara, ya que tendría que suturar.

Figo, después de recuperarse de la lesión del cuello. Pueden verse las suturas.

Claro, no he descrito aún su carácter: ella lo traía envuelto en un trapo, y él trataba de zafarse para ir hacia mis brazos, ansioso, los ojos brillantes y lleno de energía, como si supiera que había llegado finalmente con su familia definitiva. Hacía poco tiempo que manejaba, así que pedí a mi pequeña, quien me acompañaba en el asiento trasero, que se lo llevara en los brazos, evitando saltara hacia adelante (una odisea porque intentaba saltar por todos lados). Fue toda una peripecia, porque el perrito, pese al dolor, estaba feliz de estar libre y parecía ansiar estar en casa… pero todavía pasarían algunos días antes de que así fuera.

Cuando finalmente me lo entregaron, ya totalmente restablecido, lo presenté a los demás perros del clan (de quien he hablado en otros posts). El único macho del grupo, Frodo, lo recibió muy bien, porque siempre tuvo un carácter bonachón. Phoebe se convirtió en su gran amiga, par de malandrines y compinches, mientras que Touloux, mi otra basset, lo recibió con cierta reserva. Mi querida Frannie había partido en marzo, y mi perrita andariega, Frida, hacía pocas semanas que tristemente nos había dejado.

Un salchicha valiente

Aunque para algunos tres perros son más que suficientes, la casa se sentía un poco triste, debido a la cercana partida de dos de mis queridas perras en tan breve periodo de tiempo. Figo vino a llenar ese hueco con su vivacidad. Siempre me sorprendió cómo un perro tan pequeñito, de ojos aparentemente tristes, podía ser tan chispeante y llenar con su presencia todo espacio por el que pasaba. Al inicio iba de arriba a abajo, de la sala a los dos pisos que separan de la terraza canina. Quizá buscaba una salida, quizá estaba en busca del pasto, de la tierra, de la naturaleza donde había pasado toda su vida.

Frodo conociendo a Figo en la terraza.

Era esbelto, pero con los músculos bien marcados, nada miedoso (ha sido el único de mis perros que no solo no le tenía miedo a los truenos, ¡incluso les ladraba cuando había tormentas!), y hasta osado. En una ocasión en que salí con él y Frodo, no notamos que venía detrás nuestro el Perro Rojo, un perro castaño rojizo que era del cartonero del rumbo. Frodo siempre saludaba a los demás perros, pero Figo podía ser feroz. Al mirarlo Frodo por encima del hombro, movió la cola y lo saludó con un ladrido alegre… pero Figo, en cuanto lo descubrió, no dudó en írsele encima y darle un mordisco en el belfo. Por suerte alcancé a separarlo rápido y no pasó a mayores. Porque Figo nunca se amilanó de su tamaño. Siempre decíamos en broma que se veía a sí mismo como un enorme dóberman.

Figo valiente

Tanto así que en una ocasión que regresamos a casa por la noche, muy alegre me guió a la cocina, para mostrarme lo que había hecho. Casi se me heló la sangre: el perrito había dado cuenta de un enorme ciempiés, que mediría más de 20 cm, y todavía trató de seguir mordisqueándolo. Estábamos asombrados de cómo lo había hecho sin que el bicho lo hubiera prensado y atenazado con sus múltiples patas… un perrito muy valiente, sin duda, por no hablar que era experto cazando ratones.

Ale y Figo.

Ale, que entonces tenía 5 años, decidió que sería su perro, y él accedió de muy buen modo. Dormían juntos, ella abrazado a él. Nos enternecía mucho verlos, porque permitía que lo cobijara y así pasaban toda la noche. Claro, con el tiempo y cuando ella creció, eso cambió. Pero no piensen que lo expulsó de su cuarto, sino que Figo ya no se sentía cómodo en esa cama que les había quedado pequeña y rascaba la puerta para salirse. Así que terminó quedándose con mi esposo y conmigo, en nuestra habitación, junto a los demás perros, con el suelo lleno de camitas perrunas (algo que a la fecha sigue siendo así).

Ágil, vivaracho… y temerario

Figo era muy ágil, iba y venía de arriba a abajo. Siempre tuvo muy buen apetito, pero jamás engordó, porque toda su energía la quemaba en casa o en los paseos. Los paseos… pese a su pequeño tamaño, más de una vez llegó a tirarme al suelo al tratar de ir tras otros perros en la calle para echarles pleito. Una ocasión en que di de rodillas en la tierra, mientras hacía malabares para sujetarlo a él y a otro de mis perros que lo acompañaban, evitando se zafara para ir tras los perros del cartonero, el hombre pasó cerca, sonrió burlonamente y me dijo «Vaya que es bravo el salchicha, ¿verdad?».

Figo, en el 2015, cuando lucía magnífico.

Cuando Phoebe, su gran amiga partió, y después le siguieron Touli y Frodo, recibimos a Fiona, a quien adoptamos al año siguiente. He contado su historia en el post correspondiente, de ella y sus cachorros. (Recuerdo que tenían días de nacidos cuando uno de ellos se salió de su cubil, arrastrándose; fue Figo quien ladró avisándome que estaba afuera, y gracias a ello no se quedó a pleno sol). Aunque al inicio era feroz por cuidar a sus crías, después se llevaron sumamente bien. Más tarde llegó otra salchicha, Fifí, que curiosamente también había rescatado Lilia, la misma persona que nos había dado a Figo. Pero aun siendo de la misma raza, no hicieron demasiadas migas. Ella es sumamente cariñosa, pero a él demasiado lengüetazo le hostigaba, así que se hizo a un lado. Y tiempo después llegó Frenchie, una perrita que en una última oportunidad, también adoptamos y ha sido maravillosa (de ella hablé en este post), siendo también muy amiga del negrito.

Figo en el 2019, en los últimos paseos en la calle.

Era además un perrito incansable. Creo que si hubiera tenido el tiempo -y la energía- podía haber salido con Figo a correr una hora, y él estaría tan fresco, como si nada. Tenía tal vitalidad y vigor, aunado a su excelente temperamento (le encantaba que lo cargaran y ser algo así como el niño mimado de la casa), además de que había resistido tan duros años, que honestamente pensé que debido a que era de una raza tan longeva, viviría muchos, muchos años.

Pero me equivoqué.

El final

Hace más o menos un año y medio comenzamos a notar que empezaba a perder la vista y el oído. No atendía muy bien cuando lo llamábamos y comenzaba a perder el paso al bajar las escaleras de la casa, al punto que calculaba mal y se lanzaba los últimos tres o hasta cuatro escalones, golpeándose la cara. Cuando esto se hizo más frecuente, comenzamos a bajarlo guiándolo, pero llegó un punto en que lo mejor fue cargarlo para bajar (era liviano, así que no hubo problema).

De izquierda a derecha, en el sentido de las manecillas del reloj: Frodo, Fiona, Phoebe y Figo.

Pero era un problema en la madrugada, porque acostumbraba a subir al baño, a beber agua o incluso a ladrar a algún animalito que escuchaba en la terraza, así que el bajar se convirtió en un peligro. Fue cuando decidimos que se quedaría en la primera planta, en el cuarto de lavado, y aunque al inicio fue complicado (no le gustaba estar encerrado), se acostumbró porque comenzó a dormir más, además de que era un lugar acogedor, limpio y seco, con su cama y agua disponible, donde tenía espacio para hacer sus necesidades.

Lamentablemente, su deterioro cognitivo siguió: se desorientaba y al salir de paseo, después de unos minutos, quería regresar a casa o caminaba muy despacio, como si no supiera dónde estaba. Los paseos con él fueron más breves e incluso si salía con otra basset que adoptamos, Filippa, que camina despacio, tampoco estaba cómodo. Los paseos se hicieron entonces personalizados y se fueron reduciendo cada vez más, al punto que solo salía con Ale, al estacionamiento de la privada, a correr un poco y nada más.

Navidad de 2018, con Ale, Fifí y Frenchie.

Figo siguió animoso, siempre pidiéndome comida cuando nos sentábamos a la mesa, o mientras cocinaba. Pero ya no ladraba. Al ir perdiendo el oído, ya no se escuchaba a sí mismo y solo llegaba a ladrar un poco cuando soñaba. O cuando al caminar dando esas incansables vueltas por toda la planta baja, se «extraviaba» y se atoraba entre dos muebles, o entre la puerta y la pared, o la alacena y el refrigerador. Ya no eran ladridos, sino gemidos, como los que emite un osezno que busca a su madre.

Los últimos meses lo llevé a terapia de acupuntura y probamos con homeopatía. Parecía servir, pero más bien se mantuvo estable un poco más. Algo nuevo surgió: muy ocasionalmente, digamos que quizá ocurría una vez al mes, al levantarlo por las mañanas (estaba profundamente dormido) y llevarlo al jardincito al baño, se estiraba y emitía un gemido quedo y prolongado, tensando todo su cuerpo, como si fuera a convulsionar. Esto duraba unos segundos y pasaba. El resto del día estaba normal… claro, dentro de lo que puede llamarse así.

Pensamos que quizá padecía de un tipo de Alzheimer canino, pero en realidad padecía de otro tipo de daño neurológico, que lo iba consumiendo lenta e inexorablemente. El 19 de abril, hace un par de días, en pleno día caluroso y sofocante, sin poder salir en plena contingencia, Figo sufrió una convulsión. Félix, una cruza de beagle y basset (le llamo beag-basset) que adoptamos a finales de agosto del año pasado, fue quien avisó a mi esposo. Fue muy diferente a todo, porque duró varios minutos, hasta convertirse en media hora. Lo abracé y lo limpiábamos mientras babeaba. Las perras miraban de soslayo, como si supieran lo que inevitablemente pasaría. Félix era el único angustiado, quien permanecía alrededor e incluso se acercaba a olisquearlo o a darle un pequeño lengüetazo.

Figo descubriendo por primera vez a las tortugas.

Era domingo y no localizábamos a nuestro veterinario. Después de lentos y angustiantes minutos en los que por ratos parecía todo amainaba, los tremores volvían con fuerza; finalmente respondió (había dejado el teléfono dentro de su vehículo y no lo escuchó), y en breve estábamos en su consultorio.

Él actuó de inmediato, las convulsiones cesaron y la fiebre tan alta que tenía, finalmente cedió. Pero había presentado nistagmo (movimiento ocular involuntario) que al menos en estos casos es síntoma de daño neurológico severo. Nos dijo que el diagnóstico era «de reservado a malo», que se se lo llevaría a casa así, sedado, y vería cómo respondía en 12 horas.

Pasó ese tiempo y al volver en sí, Figo pareció estable… pero volvieron las convulsiones. Lo sedó de nuevo y esperó otras horas, esperando que después de la medicación algo cambiara. No fue así y decidimos que lo mejor era dormirlo… Aunque sea lo más humano y correcto, nunca será una decisión fácil. Habíamos ido los tres al consultorio, en vísperas de que se decretara la fase tres de la pandemia, porque presentía en mi corazón que no volveríamos a verlo más. Al menos pudimos despedirnos, mientras nos daba el diagnóstico y no dejábamos de acariciar su cabeza con canas, su cuerpecito enflaquecido y sus delgadas patitas.

El legado de Figo

Todo apunta a que se trató de un derrame, un ACV, o incluso un tumor cerebral, que es lo más plausible, analizando todo en retrospectiva. ¿Cómo saberlo? Y aunque lo hubiéramos sabido, tampoco habría podido hacerse gran cosa. Mi pequeña lloró mucho, porque había sido su perrito de toda la vida. Incluso decía que era su «hermano mayor» porque era un año más grande que ella. Siempre estuvo atenta de él, con todo y que muchas veces las mascotas y la adolescencia no se llevan bien. Decía ella en broma, cuando meses atrás comentábamos que su perrito se estaba deteriorando (a veces estaba muy débil por las mañanas y temíamos lo inevitable), que era porque se había puesto una peluca de drag queen por la noche y había bailado tanto que amanecía agotado. Y acto seguido, lo cargaba con amor y le decía «¿verdad que sí, negrito hermoso?».

Todavía estoy a la espera de que me entreguen sus restos y estén junto a los de mis demás animalitos que han trascendido. Es muy difícil los primeros días, se extraña mucho hasta aquellas cosas que pudieran ser molestas, como el que se tropezara hasta con nosotros, limpiar su espacio todas las mañanas (si se hacía temprano, pisoteaba sus desechos y no se daba cuenta), limpiar sus patitas, su ropa de cama… Acercarlo a su plato porque a veces no lo encontraba.

Figo y Raúl, una de mis fotos favoritas.

Todo esto, además del enorme amor que sentimos por él, se junta con la situación actual del coronavirus. He escuchado a personas que en su ignorancia, negación o hasta indolencia y estupidez, dicen que «mueran los que tengan que morir», como si se tratara de una especie de «control biológico» o algún tipo de eugenesia. Y claro, se refieren a los débiles, a los enfermos y a los ancianos.

Figo nos enseñó que no por ser una especie dominante no debemos poner atención a quienes dependen de nosotros en todo sentido, desde familia con enfermedades crónico degenerativas, hasta aquellos que sencillamente son compañeros de planeta. Justo hoy es el Día de la Tierra, y por fin tiene un respiro, que se refleja en menos contaminación, especies que pueden ingresar a «nuestro» hábitat, ballenas nadando cerca de playas, bioluminiscencia en costas, ciervos y pavorreales en calles, en fin… Vamos, simplemente es posible escuchar (y no solo temprano) el canto de las aves locales que no es interrumpido por bocinazos y caos humano.

Y aunque hay miedo, caos económico y una terrible incertidumbre, vivimos también un momento histórico e importante. Es cuidar de los más vulnerables, pensar en ellos y cuidarnos, simplemente porque al hacerlo evitamos enfermen (y todo lo que conlleva, enfermedad, dolor, saturación de servicios de salud, muerte y falta de servicios funerarios, etc.). Vamos, tan solo los neandertales realizaban ritos funerarios en donde no solo ya enterraban a sus muertos, sino que los cubrían con flores. Entonces, si es posible demostrar humanidad en aquellos ancestros que vivieron hace más de 35.000 años, ¿por qué ahora no podemos ser más empáticos? Y no solo con nuestros coetáneos, sino con otros seres, como los perros.

Con todo y contingencia, con filas interminables en el supermercado, Raúl, mi esposo, procuraba comprar sobrecitos de alimento húmedo para Figo, porque tenía pocos dientes y era lo que mejor comía. Siendo el más débil del clan, el «menos útil», el más viejo, incluso el más «estorboso», lo cuidábamos todos con amor y esmero, a veces quizá desesperándonos, pero siempre turnándonos. Tener compasión y dar lo mejor a alguien en estas condiciones, es algo que nos diferencia de alguien menos evolucionado. Aun así hubiera querido hacer más por nuestro perrito negro, nuestro enano, pero la vida aquí es lamentablemente, limitada. Hicimos lo que teníamos que hacer y se cerró el ciclo con él. Pero su vivacidad y toda la alegría que nos dio, su presencia y existencia, se quedan por siempre.

Gracias chaparrito. Te amamos y como siempre digo, algún día nos reuniremos de nuevo y sin volver a separarnos más.

Mayra Cabrera, Derechos Reservados

Pitbull blanco (cuento)

10 febrero, 2020

Es muy temprano y la noche aún se resiste a dejar paso al día. Es una de las horas más frías y sin embargo, aquí estoy sentado, haciendo guardia, esperando aparezca. A veces dando traspiés con sus perros, otras esquivando coches y personas… a veces no aparece, pero sé que regresará y dejará, precipitadamente, mi alimento, como ha ocurrido durante varios meses en que engañaba al hueco del estómago acurrucándome en la fría jardinera, en ese consuelo que brinda el sueño, quizá imaginando en un sueño más profundo y duradero, donde ya no sintiera hambre y soledad jamás.

Ha pasado mucho tiempo desde que fui un cachorro gracioso y juguetón, donde la atención se volcaba en mí e incluso era posible estar dentro de la casa, con alguna salida ocasional a un jardín. Ahí había infinidad de matices, hierba verde y seca, hojas y pisadas, interesantes desechos y sobre todo, felicidad. La calle está enfrente, y aunque logré salirme un par de veces porque alguien trató de sacarme (pero no permití me tocaran), fueron momentos fugaces donde pude explorar y oler de cerca todo aquello que está detrás de esta enorme reja. Quise llegar al terreno cercado al otro lado de la calle, pero me atraparon. Solo deseaba experimentar una vez más la hierba, los matices y todas las historias que cuentan.

Alguna vez tuve compañía, y fue bueno en medio de este suelo estéril y sucio. Podíamos sentirnos un poco abrigados en medio de la soledad y las penurias, repegarnos un poco en época de lluvias bajo el techo y ladrar a los gatos que pasaban o a los perros que, atados con correas, paseaban más abajo. Pero el hambre nunca es buena ni siquiera compartida. Un día ella escapó gracias a un agujero que llevaba días ampliando en la malla de metal que cubría la reja. Soy más grande y robusto y fue imposible seguirla. La soledad fue más apremiante que nunca, al punto de perder el interés en ladrar a cualquiera que pasara.

A veces enfermaba, a veces comía un poco más, a veces nada. En medio de un espacio siempre sucio, aprendí a refugiarme en esa jardinera callada, con apenas un par de trapos que a veces se mojaban en época de lluvia y veía apenas las estrellas, eclipsadas por las luces eléctricas de la calle. El terreno seguía invitándome a seguirlo, e imaginaba en sueños que podía correr por horas, persiguiendo animalillos, rastros, sueños. El sol siempre fue bienvenido, siendo el único contacto cálido que tenía incluso por días, hasta que dejé de vivir y me limité a existir.

Una mañana, mientras hacía guardia en la parte de arriba que daba a la calle, vi que venía de nuevo. Pero no dejó comida, sino que apresuradamente puso un trozo de cartón garabateado en la reja. Gemí pidiendo las croquetas que habían ayudado a aliviar mi hambre, pero solo me dirigió una mirada indefinible y se marchó rápido.

Dos días más tarde, volvió a dejarme mi comida, saludándome y diciéndome «pronto». Poco después recogieron el cartón, lo miraron con atención y eso suscitó entre ellos un debate que lo cambiaría todo.

Pasaron los días, Navidad y fin de año, donde apenas hizo su aparición con la comida. Aprendí a no ladrarle a sus perros, y a esperar educadamente dejara mi comida en la entrada. Un pacto secreto el que teníamos en medio de la clandestinidad de esas horas aún a oscuras.

Una mañana que nuevamente me dejó comida, me dijo que regresaría más tarde. Yo la miré sin entender y me limité a comer. Y más tarde, ya casi a mediodía, regresó. Escuché algo de alboroto en la casa, me pusieron un collar que hacía años no me ponían y me llevaron a la calle, a donde estaba. Me entregaron mientras hablaban un rato. Después subí a su coche y partimos. Estaba tan emocionado de poder salir que apenas y me di cuenta de que me ponían un arnés con el olor de otro perro, y que me alejaba rápidamente de ahí, ante la mirada atónita de algunos vecinos.

Todo fue muy rápido. Me dejó con otra persona y ahí me bañaron. Dormí por primera vez en un sitio desconocido y me sentía inquieto. Al día siguiente, alguien fue a verme se alegró mucho y jugó conmigo. Sentí una buena conexión con esa persona y nos fuimos de ahí.

No puedo describir lo que sentí después. No sabía si efectivamente dos días atrás por fin me había quedado profundamente dormido en la jardinera que fue mi cama tantas noches y había trascendido. Finalmente pisaba la hierba, olía los matices, caminaba libre y me llamaban distinto. Ya no tiene que traerme comida, ahora me alimentan de forma regular, tengo nuevamente compañía canina. No puedo ser más feliz. Soy un buen perro y deseo esto no acabe nunca.

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A distancia de ahí, alguien miró la foto que le habían enviado del pitbull blanco olfateando la hierba. Sonrió feliz mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas. Y así como había estado haciendo durante todos aquellos meses en que había hecho todo lo posible por ayudarle y como acostumbraba hacerlo, nuevamente elevó esta frase desde el fondo de su corazón: «Soy un buen perro, vivo feliz y en armonía con una familia que me quiere y cubre todas mis necesidades. Merezco ser feliz y vivir con personas que me amen y cuiden tanto como yo a ellas. Y estoy feliz y agradecido por eso. Que así sea.».

Esta historia está basada en un hecho real. Sí, tuvo un final feliz, pero sobre todo deseo destacar que además de que sí funciona hacer afirmaciones a nombre de alguien más, también es muy importante que hagamos todo lo que esté de nuestra parte por los que no tienen voz. Como bien lo mencionó Joaquin Phoenix en su discurso como Mejor Actor de los premios Óscar 2020, está en nuestras manos hacer de este un mundo mejor para ellos.

Mayra Cabrera, Derechos Reservados