Saltar al contenido

Filippa (2016-2024)

9 marzo, 2024

Hace casi ocho años, llegó Filippa a nuestras vidas. Apenas y había pasado un mes desde que Phoebe había partido, cuando mi veterinario de cabecera, Alberto, me preguntó si no quería otra basset hound. Esto me había desconcertado, porque todavía estaba triste y molesta debido a que Phoebe había fallecido debido a una negligencia médica por parte de otro veterinario (esto lo narro en el post que escribí sobre Phoebe, mi bassetita bicolor) y le había pedido a Alberto su opinión experta. Así que junto con su diagnóstico me dijo que recientemente le habían llevado a una basset que deambulaba, enferma y en malas condiciones, al otro lado de la ciudad.

Fui con Ale, mi pequeña que entonces tenía ocho años, a conocer a esa basset. El entonces ayudante de Alberto llevó a la pobre perra a la entrada del consultorio y caminó despacio, con el desparpajo típico de los bassets, pero todavía convaleciente. Me dijo Alejandro que Cindy ya estaba mucho mejor, que los baños medicados le habían servido de mucho y estaba en franca recuperación. Al mirarla noté que le faltaba pelo en los últimos diez centímetros de su cola, así como en las patas (que además estaban enrojecidas y un poco hinchadas), además de estar baja de peso. Al ver mi cara aclaró que había llegado en pésimas condiciones y no quise ni imaginar su estado. Una buena samaritana, la había encontrado abandonada y en tan precario estado y la había llevado de inmediato con Alberto. Le pregunté a Ale si estaba bien que la adoptáramos, y por supuesto que la respuesta fue un rotundo sí.

Le pregunté a Alejandro que por qué la había bautizado como «Cindy» y se rió: no tenía dientes frontales (era un chiste, un juego de palabras: Cindy = sindientes). Esto me horrorizó, pero Alberto me dijo que de acuerdo a sus observaciones, no creía que fuera por maltrato, sino quizá por mordisquear cosas durísimas (¿quizá piedras?). Así que le faltaban los dientes frontales y los colmillos inferiores parecían seccionados, pero conservaba enteros los colmillos superiores y el resto de la dentadura. A pesar de su estado, no actuaba como un perro maltratado. Era desde entonces bonachona y cuando se tiró panza arriba, noté otro detalle: una de sus patas delanteras estaba algo torcida, lo que hacía que cojeara un poco. Cuando Alberto se desocupó de una consulta, salió y le pregunté si «Cindy» podría tener problemas posteriores a causa de ese defecto. Me dijo que no, pero en tono un poco serio señaló que en caso de que me arrepintiera de adoptarla, se la llevara de inmediato.

Por supuesto, eso jamás ocurrió.

Filippa-Jacinta-Vaca-Basset-Tercera

Pocos días después, Filippa (¡no iba a dejarle el nombre de Cindy!) formó parte de nuestra siempre creciente familia perruna. Todavía tuve que llevarla a que le dieran baños medicados para curar por completo su problema de piel. Ya pintaba canas y Alberto había estimado que tendría cerca de 10 años. Yo fui más optimista y le calculé menos, unos siete u ocho (el maltrato, avejenta). Como todos los perros que han llegado a casa, Filippa resultó ser una cajita de sorpresas. Parafraseando un texto que leí alguna vez, puedo ahora afirmar y confirmar que uno no adopta a uno, sino a tres perros: el perro que fue (antes de conocernos), el perro que en realidad es, y el perro en que se convertirá como resultado de vivir con uno (en nuestra familia).

Aunque el parecido con mi querida Frannie (a quien le dediqué varios posts) era bastante, Filippa era mucho más bonachona y nada seria. Como todo perro que ha vivido en situación de calle, siempre tenía hambre y sabía muy bien cómo cometer sus fechorías. En alguna ocasión horneé unos panquecitos y los dejé sobre una superficie alta para que se enfriaran. Filippa estiró lo más que pudo su largo cuerpo… y se los zampó, siempre poniendo cara inocente. En otra ocasión que salimos de casa, al regresar descubrimos que Filippa había jugado a la piñata con el enorme bote de basura de la cocina: aunque ahí solo había basura para reciclar, también volcó el contenedor y rompió todo en pedacitos pequeños.

Sus incursiones para beber agua fresca, también merecen mención honorífica. Cuando no iba (muy discretamente) al baño a beber agua del excusado, muy oronda, levantando con la nariz la tapa, apoyando las patas delanteras en los bordes y hundiendo la cabeza, subía a la terraza a beber agua del hábitat de nuestras tortugas (yo siempre he hecho voces para mis perros y la de Filippa era un poco gangosa y dicharachera: «estoy bebiendo caldito de tortugas», decía).

Ale la había bautizado con un nombre larguísimo que más o menos iba así: «Shinta-Filippa-Jacinta-Vaca-Basset-Filipanda-Papanda-Copando-Tercera». Conforme engordó -yo digo que en parte de puro amor, no echemos la culpa a los bocados que siempre les doy a la hora que comemos-, añadí otro apodo: Filipótamo, que derivó en Pótamo, y cuando se ponía pesada con los demás perros, era «Filipótamo-Rex» (yo y mis locuras, ustedes disculpen).

Filipótamo

En esos años Filippa se subía a los sofás con total tranquilidad, así como andaba arriba y abajo por las escaleras hasta llegar a la terraza. Todavía conoció a mi adorado Frodo, quien trascendió poco tiempo después de que Filippa llegara. Formó parte de la segunda generación de perros, junto con Félix (nuestro beagle/basset), el negrito Figo, Fifí, Fiona… ¿Saben? Ahora que recuerdo esos años, en realidad se pasaron muy rápido, como ocurre con todos los buenos momentos, que suelen ser los más cotidianos y que entonces no les damos importancia. Existe un tiempo en que nuestros perros parecen eternos y que así se quedarán por siempre.

Pero la realidad es otra.

Yo me preocupé -de forma innecesaria- por su patita chueca (decíamos que Filippa era tan moderna que no usaba un iPhone, tampoco un iPad, sino su «iPata»), que realmente no le dio problemas. Los problemas arribaron sutilmente con el paso de los años. Comenzó con un problema del corazón, y se le medicó. Después con acumulación de líquidos, y se le dieron diuréticos. Gradualmente dejó de subir las escaleras y en dado momento, solo se quedaba en la planta baja. Filippa no tenía un ladrido tan estruendoso como Frannie, pero sí era lastimero y acompasado, Au… Au… Au. Este se convirtió en su forma de pedirnos que la sacáramos al baño, al pequeño jardín. No había dejado la imprudencia de lado, porque fingía demencia y le gustaba ir hasta el jardín de al lado, el del vecino (por fortuna esa casa había estado deshabitada desde hacía muchos años).

Filippa siempre disfrutó enormemente los paseos, así que siempre quería salir. No importa que lloviera o que fuera una imprudente al cruzar la calle (más de una vez tuve que darle un jalón para impedir que se lanzara hacia los coches), mientras parecía decir con su voz inventada «no pasa nada… los coches siempre se paran». Como buena basset, tenía la trufa pegada al suelo, o a aquella marca dejada por otro perro. Siempre tenía que detenerse mil veces durante al menos un minuto, por lo que opté por llevar audífonos y escuchar algo en mi celular mientras ella daba su paseo a su modo.

Y claro, estaban los siempre bien recibidos y esperados fines de semana: como he comentado en otros posts, los fines de semana no salen de paseo mis perros, pero en compensación les damos un almuerzo especial. Filippa era la primera en formarse, incluso cuando ya comenzaban a fallarle las patas traseras. Desde hacía como un año esto comenzaba a preocuparme, porque estaba perdiendo masa muscular en los muslos y cada vez tropezaba un poco más en la calle. Sin embargo, nunca se quedó echada sin poder caminar; podrían irse de lado las patas traseras, pero se levantaba y continuaba, así por cerca de media hora.

Sin duda, era una basset despreocupada y feliz, matriarca líder de esta generación canina en mi hogar.

Filippa se va

Como ocurre a algunos bassets con la edad, Filippa se hizo un poco cascarrabias, sobre todo con los perros más jóvenes. Incluso «discutía» con Ale, que ya era adolescente («cállate, chamaca grosera», decía Filippa; «Cállate tú primero, Vaca», le respondía aquella y se convertía en un diálogo gracioso). Pero su mundo comenzó a modificarse y nos preparamos para esos cambios: como ya no podía subirse a los sofás, Raúl le construyó escaleras; cuando las escaleras le resultaron peligrosas, Raúl le construyó una rampa con cintas antiderrapantes sobre la superficie. Pero un par de semanas atrás, tampoco quiso ya utilizar su rampa, porque se resbalaba y ya no veía bien. Desde un par de años atrás la instalamos por las noches (junto con Fifí para que la acompañara), en la cocina que da al pequeño patio de servicio para que tuviera acceso al baño.

Debido a que ya había comenzado a mostrar signos de potencial dilatación gástrica, aunado al efecto de los diuréticos, teníamos que controlarle mucho la ingesta de agua. Desde hacía tiempo orinaba en la cocina, así que colocamos una jerga absorbente. Todo lo fuimos resolviendo, conforme se iba presentando, sobre todo que desde hacía meses había que sacarla con regularidad al baño al jardín, incluso en la madrugada. Además optamos por darle suplementos para las articulaciones o vitaminas, así como comida húmeda para que mantuviera su apetito. Pero todo este vaivén choca con la realidad: los años cobran factura y el tiempo hace lo suyo.

Filippa orinaba demasiado y comenzó a curvarse su lomo, al tiempo que bajó de peso. De llegar a estar rozagante, y por muy bien que comiera, se estaba consumiendo. Esto al punto que hace unos días finalmente colapsó, y no fue en un paseo. Despertó el lunes 4 de marzo a eso de las 3 am y Raúl bajó hasta dos veces. Yo me levanté las dos siguiente a sacarla, y tuve un estremecimiento cuando, la segunda vez ya no orinó, sino que oteó el anochecer con mirada triste, con los ojos apuntando hacia arriba. Yo tenía mucho sueño y ya estaba harta, así que al meterla la regañé y la llevé a su cama. Más tarde me arrepentí mucho, porque no había notado que en realidad se sentía mal porque tenía dificultades para respirar. Esto no era obvio, si acaso se notaba que el ladrido se escuchaba más ahogado. Me quedé con ella el resto de la noche y no podía tranquilizarse del todo.

Opté por darle su medicamento, pareció relajarse y cuando se hizo de mañana, hice cita con Alberto para que la atendiera. Antes de la cita fui a casa de mi hermana, que me había invitado a almorzar por mi cumpleaños, pero no estuve mucho tiempo porque Filippa me preocupaba y ya era hora de la cita. Cuando llegué, noté que el medicamento no le había hecho efecto y respiraba con cierta dificultad. Corrimos al consultorio y, mientras esperaba a Alberto, Filippa estaba casi desmayada en mis brazos. Resultó ser un edema pulmonar en ambos pulmones. La medicó y me dijo que era urgente que se quedara y, con un nudo en la garganta, la dejé con él.

Al día siguiente el pronóstico era ambiguo. Si bien había podido despejar sus pulmones, la probabilidad de que se presentara el mismo problema era elevada. Pero eso no era lo peor: sus riñones habían dejado de funcionar y esto tenía un terrible efecto cascada en su salud, comenzando por el corazón. Me resistía a creerlo porque estuvo muy bien el fin de semana, festejamos mi cumpleaños, Filippa incluso se había tirado panza arriba y de repente daba sus saltitos característicos de cuando estaba muy contenta. Incluso la noche del colapso, había cenado muy bien. Pero así son los perros, resisten mucho, muchísimo, casi sin dar señales de agonía, hasta que ya es irreversible.

Alberto me dio el terrible diagnóstico: lo mejor era dormirla. Al escuchar eso el alma se me fue al suelo. Mi pobre Pipa -otro de sus apodos cariñosos- estaba partiendo. No tenía mucha claridad en cuanto a qué hacer, hasta que mi querida amiga Ana Bertha dio en el clavo (y es algo que debo incluir en mi artículo de Cuidado de animales en etapa terminal) y me aconsejó al respecto. Me sugirió que la llevara a casa y que me llevara medicamento, tanto para sedarla (si ocurría una emergencia nocturna, en lo que podía contactar a Alberto), como para tratar otra posible crisis por el edema pulmonar. Así lo hice y Alberto me dio dos jeringas en caso de necesitarlo, así como instrucciones cuidadosas.

En cuanto se terminó el suero con el tratamiento vía endovenosa, fui por ella y la cargué para llevármela a casa. Raúl ya me esperaba y la cargó hasta su cama. Contrario a lo que Alberto había previsto, Filippa no corrió a beber agua… tampoco aceptó comida (ni siquiera un bocado de alimento para bebé, que tanto le gustaba). Solo permaneció acostada, respirando despacio, mientras los tres la rodeábamos y acariciábamos. Raúl le dedicó palabras hermosas de agradecimiento y de consuelo, algo que yo no podía hacer porque me ganaban las lágrimas.

Mi Pipa, Filippa, Filipótamo-Rex, partió durante la madrugada, mientras estaba dormida en su cama. Desperté súbitamente a eso de las 2 am y supe que ya se había ido. No quise bajar a verla, porque sabía que lloraría muchísimo y no podría volver a la cama después de tan triste noticia. Todavía le había dado un poco de agua con una jeringa, porque me dolía pensar que ya no podía beber. No duró una semana, como Alberto calculó de forma optimista, sino que más bien parecía que Pipa había esperado a regresar a casa, con su familia, para partir en paz. Fue una gran decisión (gracias, querida Ana), sobre todo porque no hubo necesidad de eutanasia.

A eso de las 5:30, hora en que solemos levantarnos, bajamos Raúl y yo a verla. Me dijo que ya no respiraba más. La acomodó y cerró con cuidado su boca. Filippa parecía dormida y entonces caí en cuenta que ya no ladraría más pidiendo salir al baño, ni habría que lavar todos los días la jerga porque hubiera hecho pipí en la noche, ni teníamos que limpiar babas y agua porque cuando bebía mucho líquido lo vomitaba… ni habría más Filippa.

Los arreglos del crematorio fueron rápidos y puntuales. Todos pudimos despedirnos de ella y sé que a mis demás perros les afectó en grados diferentes. La energía y las jerarquías se movieron y todavía se están ajustando. Vinieron por ella antes de mediodía y hoy regresó con nosotros. No, jamás me pasó por la cabeza regresar a esa basset enferma, sin dientes, imprudente y necia, pero graciosísima y tan basset. Me puso muy triste su ausencia. Son ocho años y ella ya estaba en su tiempo extra. Dentro del duelo, agradezco enormemente a Dios que Pipa partió estando con su familia, el tiempo que estuvo a nuestro lado y como le dijo Raúl: «corre ahora todo lo que puedas y quieras, ya no te duele nada». Fue todo muy rápido, en apenas un par de días, pero fue muy pacífico, amoroso y respetuoso.

Mi perra fue más que una perra: fue la matriarca de la manada, fue una gran amiga y un miembro más de mi familia que, como bien dijo Stich «es chiquita y rota», pero buena. Por diversas circunstancias que no vienen a colación así ha sido, así que nuestros amados animales son especialmente importantes y siempre nos pesa mucho cuando alguno de ellos parte.

Gracias queridos amigos por leerme. Gracias, mi hermosa Orejona traviesa: ya sabes que nos volveremos a ver más adelante…

Mayra Cabrera, Derechos reservados

No comments yet

Deja un comentario